Fungus (edición en castellano): El Rey de los Pirineos by Albert Sánchez Piñol

Fungus (edición en castellano): El Rey de los Pirineos by Albert Sánchez Piñol

autor:Albert Sánchez Piñol
La lengua: spa
Format: epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2019-02-06T10:43:59+00:00


CAPÍTULO XIV

Perspicacia y perspectiva de Mailís

Siempre fue una niña diferente de las demás. Aún no sabía andar y ya le encantaba el mundo salvaje de los Pirineos, las cumbres y los bosques, los arroyos y los canchales. Los habitantes del valle tenían una perspectiva muy diferente de la naturaleza. Para ellos, fuera de sus ostals solo había un mundo hostil. Y no les faltaban razones para pensarlo. En invierno los atacaba un frío cruel, y en verano, la miseria. Por eso habían inventado los ostals, para protegerse de las fuerzas exteriores, y por eso les resultaba extraño que alguien sintiera el más mínimo afecto por el mundo natural. Pero Mailís era así. De muy pequeña ya se descalzaba y se perdía por los bosques de abetos horas y horas, a veces de sol a sol. Se llamaba Mailís.

El padre de Mailís era el alcalde de la Vella. Hacía tantos años que ejercía el cargo que había perdido su nombre. Todo el mundo lo llamaba el «cónsul», que en la lengua del valle quería decir «alcalde». La madre de Mailís había muerto en el parto. Quizá por eso el padre fue tan tolerante con la educación de una niña muy rebelde, que huía y huía del horario escolar para perderse en los bosques circundantes. Porque el cónsul enseguida lo entendió: atar a aquella criatura a un aula era como querer que un árbol creciera en una maceta. Vagando por las montañas, perdiéndose entre árboles húmedos y con manchas de líquenes, se sentía tan a gusto como los demás seres humanos delante de la chimenea. No le daban miedo las gargantas. Cuando encontraba alguno de aquellos pozos naturales, se sentaba en la boca de piedra, sin miedo, y le hablaba a la profundidad en voz alta, como si en el fondo viviera una amiga invisible.

En la naturaleza más recóndita, Mailís quizá buscara un útero indulgente, a la madre que nunca había tenido. Y el cónsul hizo bien tolerando aquel espíritu libre, porque el amor de la niña por la naturaleza incentivó otras inquietudes: cuando aprendió a leer, seguía internándose en los bosques, sí, pero con libros bajo el brazo, como si el amor a la naturaleza hubiera concitado el amor a la cultura.

Leyendo, Mailís descubrió hasta qué punto era recóndito y olvidado el diminuto valle en el que había nacido. Pero incluso los rincones más perdidos tienen algo especial, y en el caso de su valle eran los idiomas. La lengua cotidiana era el occitano; el catalán se hablaba por vecindad y por influencia de los comerciantes, y el español porque se aprendía en la escuela. Además, los pocos habitantes preeminentes, como el cónsul, hacían que sus hijos estudiaran francés, que se consideraba el idioma de prestigio. O sea, que en un valle tan pequeño convivían hasta cuatro lenguas: la natural, la de las finanzas, la oficial y la culta.

Para la gente del valle, aquella poliglotía formaba parte del orden de cosas en el que habían nacido, y por eso mismo no le daban ninguna importancia.



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